Memorias
de la modernidad
POR Americo Vera Vera Kihien
El
discurso de una obra artística atraviesa el tiempo entre el devaneo de las
ideologías. Esto es una verdad que nos plantea dos afirmaciones a examinar:
1.- Las
interpretaciones oficiales, reinterpretaciones y transgresiones son ajenos al
objeto-obra de arte y:
2.- El
espíritu de ese, su vino, realmente pertenece a la voluntad del director.
Esta
última afirmación, es consecuencia obligada de la primera. Sin embargo, no es
difícil contradecir ambas si consideramos la película de Tomás Gutiérrez Alea
“Memorias del Subdesarrollo” como el paradigma de obra de arte que atraviesa
este tiempo para seguir siendo interpretado oficialmente, ser reinterpretado
bajo diferentes perspectivas ajenas a las de la ideología sobre la que fue filmada
y también ser transgredidos, pudiendo ser subvertido cualquier resquicio de
voluntad del director.
Cosa que
no sucede con Eisenstein con un cine de propaganda cuyo objetivo es la
polarización hacia la ideología comunista en películas-mecano que aún conmueven
hacia la idea de solidaridad desplegada en sus masivos personajes. Pues qué
reinterpretación mas que la evidente-oficial podemos esbozar ante las fuerzas
del zar disparando a la multitud que rueda por las escaleras de Odessa, o del
drama con historia de amor incluida entre una campesina y un obrero, entre el
campo y la ciudad: Pues que el peligro de la opresión que la burguesía
representa siempre está latente; y que es muy difícil, pero no imposible, la
construcción de ese nuevo mundo de solidaridad y trabajo conjunto y empático
entre hoz y martillo (revolución comunista como un edificio en constante
construcción).
Parece
paradójico que la nueva ola francesa haya mirado hacia el cine de Hitchcock y Welles
para que, desde la atmósfera ideológica que ellos habitaban y que matizaba el
comunismo del libro rojo de Mao con el existencialismo sartreano
antiimperialista, construyeran el camino a un cine mas vitalista y
transmitieran en sus imágenes un humanismo en crítica constante del status quo
sin hacer tan evidente el elemento propaganda (aunque en muchos autores de este
movimiento sea tan evidente y manifiesta su ideología, es el ser humano y su
existencia al que retratan). El enemigo:
Esa estúpida burguesía que había fallado en confiar en ese Sistema al que le
habían cedido parte de su vida en ese dichoso contrato social que querían
volver a redactar sin Dios, pues este ya había muerto.
Y llegó
mayo del 68 con los jóvenes franceses luchando por un nuevo régimen que no
conocían, es el cenit de una época en que “burgués” era un insulto que sólo se
borraba con los puños (a pesar de la dialéctica marxista). Para entonces, ya
había un lugar en el mundo donde la revolución ya no estaba en el cafetín, el
bar o la tertulia circunstancial, una revolución que no era rusa sino cubana,
unos barbones trending que habían liberado la isla mas importante del caribe de
manos de un bribón enquistado varias décadas gracias al auspicio del
imperialismo Yankee.
Y en ese
año 68 justamente ve la luz esta película cubana que no se somete a la mera
disposición staliniana de considerar el cine como la mayor arma propagandística
oficial de la revolución. Gutiérrez Alea, dirige su mayor obra definitivamente
influenciado por el poder de esa Nueva Ola francesa que llega al malecón de La
Habana para mostrarnos, sin ser quizás su intención, el inicio del fin de La
Habana burguesa, retratado en su barrio mas burgués El Vedado y que hoy en día
podemos también catalogar como el comienzo de la decadencia de una ciudad
moderna. Más que una memoria del subdesarrollo, pareciera ser en nuestra
lectura contemporánea, la memoria de cuando la habana era moderna. Sergio
parece ser el último moderno en esa isla que, ahora lo sabemos, empieza a
hundirse. Pero no se hunde en la postmodernidad sino que, ahora lo sabemos, lo
hace en la decadencia. Verlo perder poco a poco sus propiedades debe haber sido
un festín para los comunistas cuya ideología basan en el resentimiento o la
envidia. Sus maneras tildadas de amaneradas, sus dudas etiquetadas de
sentimientos burgueses a desterrar frente a la verdad que es la revolución.
No
podemos hoy dejar de mirar a Sergio y sentir por él, además de simpatía, la
profunda lástima que se le tiene a un ser brillante estancado y víctima de las
épocas y de los tiempos, la misma que sentimos al pasear por Vedado, aquel
otrora hermoso barrio moderno en el que se filmó casi por completo las Memorias
de Gutierrez Alea, saliendo a la calle como lo hicieran los franceses: nagra en mano, con escenarios reales,
voces en over, cámara testigo e insertos documentales, y sobretodo, llevando
siempre consigo la contradicción y la duda características de su filosofía
existencial.