lunes, 23 de mayo de 2016

MEMORIAS DE LA MODERNINAD

Memorias de la modernidad

POR Americo Vera Vera Kihien 


El discurso de una obra artística atraviesa el tiempo entre el devaneo de las ideologías. Esto es una verdad que nos plantea dos afirmaciones a examinar:

1.- Las interpretaciones oficiales, reinterpretaciones y transgresiones son ajenos al objeto-obra de arte y:
2.- El espíritu de ese, su vino, realmente pertenece a la voluntad del director.

Esta última afirmación, es consecuencia obligada de la primera. Sin embargo, no es difícil contradecir ambas si consideramos la película de Tomás Gutiérrez Alea “Memorias del Subdesarrollo” como el paradigma de obra de arte que atraviesa este tiempo para seguir siendo interpretado oficialmente, ser reinterpretado bajo diferentes perspectivas ajenas a las de la ideología sobre la que fue filmada y también ser transgredidos, pudiendo ser subvertido cualquier resquicio de voluntad del director.

Cosa que no sucede con Eisenstein con un cine de propaganda cuyo objetivo es la polarización hacia la ideología comunista en películas-mecano que aún conmueven hacia la idea de solidaridad desplegada en sus masivos personajes. Pues qué reinterpretación mas que la evidente-oficial podemos esbozar ante las fuerzas del zar disparando a la multitud que rueda por las escaleras de Odessa, o del drama con historia de amor incluida entre una campesina y un obrero, entre el campo y la ciudad: Pues que el peligro de la opresión que la burguesía representa siempre está latente; y que es muy difícil, pero no imposible, la construcción de ese nuevo mundo de solidaridad y trabajo conjunto y empático entre hoz y martillo (revolución comunista como un edificio en constante construcción).
 
Parece paradójico que la nueva ola francesa haya mirado hacia el cine de Hitchcock y Welles para que, desde la atmósfera ideológica que ellos habitaban y que matizaba el comunismo del libro rojo de Mao con el existencialismo sartreano antiimperialista, construyeran el camino a un cine mas vitalista y transmitieran en sus imágenes un humanismo en crítica constante del status quo sin hacer tan evidente el elemento propaganda (aunque en muchos autores de este movimiento sea tan evidente y manifiesta su ideología, es el ser humano y su existencia al que retratan).  El enemigo: Esa estúpida burguesía que había fallado en confiar en ese Sistema al que le habían cedido parte de su vida en ese dichoso contrato social que querían volver a redactar sin Dios, pues este ya había muerto.    

Y llegó mayo del 68 con los jóvenes franceses luchando por un nuevo régimen que no conocían, es el cenit de una época en que “burgués” era un insulto que sólo se borraba con los puños (a pesar de la dialéctica marxista). Para entonces, ya había un lugar en el mundo donde la revolución ya no estaba en el cafetín, el bar o la tertulia circunstancial, una revolución que no era rusa sino cubana, unos barbones trending que habían liberado la isla mas importante del caribe de manos de un bribón enquistado varias décadas gracias al auspicio del imperialismo Yankee.

Y en ese año 68 justamente ve la luz esta película cubana que no se somete a la mera disposición staliniana de considerar el cine como la mayor arma propagandística oficial de la revolución. Gutiérrez Alea, dirige su mayor obra definitivamente influenciado por el poder de esa Nueva Ola francesa que llega al malecón de La Habana para mostrarnos, sin ser quizás su intención, el inicio del fin de La Habana burguesa, retratado en su barrio mas burgués El Vedado y que hoy en día podemos también catalogar como el comienzo de la decadencia de una ciudad moderna. Más que una memoria del subdesarrollo, pareciera ser en nuestra lectura contemporánea, la memoria de cuando la habana era moderna. Sergio parece ser el último moderno en esa isla que, ahora lo sabemos, empieza a hundirse. Pero no se hunde en la postmodernidad sino que, ahora lo sabemos, lo hace en la decadencia. Verlo perder poco a poco sus propiedades debe haber sido un festín para los comunistas cuya ideología basan en el resentimiento o la envidia. Sus maneras tildadas de amaneradas, sus dudas etiquetadas de sentimientos burgueses a desterrar frente a la verdad que es la revolución.

No podemos hoy dejar de mirar a Sergio y sentir por él, además de simpatía, la profunda lástima que se le tiene a un ser brillante estancado y víctima de las épocas y de los tiempos, la misma que sentimos al pasear por Vedado, aquel otrora hermoso barrio moderno en el que se filmó casi por completo las Memorias de Gutierrez Alea, saliendo a la calle como lo hicieran los franceses: nagra en mano, con escenarios reales, voces en over, cámara testigo e insertos documentales, y sobretodo, llevando siempre consigo la contradicción y la duda características de su filosofía existencial.