La KGB, Mancha Moqueguana y El Revolver Roto
Por, Jeffrey M.
Kihien-Palza
No conozco otra ciudad
en el Perú en donde los amigos espontáneamente se organicen y funden, sin querer
un club. Eso es lo que son las “manchas” moqueguanas, esta tradición española,
se inició posiblemente en los primeros años de fundación de la Villa de Santa
Catalina de Gualdalcazar. Ya por el año 1624 tuvo que intervenir el mismo
Virrey para solucionar el pleito entre dos bandos de conquistadores, unos querían
que la ciudad estuviese en Escapagua, en donde los conquistadores erigieron la
iglesia de San Sebastián, y los otros, en donde Moquegua se asienta ahora. Es allí,
creo yo en donde empezó la tradición. En Andalucía, España, a las “manchas” les
llaman “peñas,” y los amigos, igual que en Moquegua, cultivan amistades que se
fortalecen con el tiempo.
Mi padre, Jorge Kihien
Collado, maestro y exquisito cocinero, se reunía los sábados con los “Buenos Muchachos,”
allí cocinaban y libaban de lo mejor, sin mujeres, porque estaba prohibido. De
esa época existe otro grupo que les llaman “Los Come Nunca,” que también se reúnen
para comer y cocinar, no sé de dónde nace el nombre.
En la tercera cuadra de
la calle Lima, nació la NASA, a quienes conozco de cerca. La tercera cuadra de
la calle Lima siempre tuvo muchos niños jugando en la calle, al fulbito,
tapaditas, chapas, tejo, trompo, bolitas, escondidas, cachacos y ladrones, y en
mayo y junio, subían a volar cometas al cerro el Portillo. Cometas fabricadas
con varitas de caña seca, papel cometa, engrudo y la cola que era una tira de
trapo viejo. En esos meses, el cielo de Moquegua, que era una ciudad muy pequeña,
se llenaba de cometas de varios colores.
Mi mancha, la KGB, ya
esta alcanzando la base cinco, cincuentones seremos, la amistad perdura, y a
pesar del tiempo y la distancia, las bromas entre nosotros siguen siendo las
mismas, los apodos continúan y se crean nuevos como si nada hubiese cambiado.
Los secretos de amigos, también siguen guardaditos, es un código de honor no
escrito, nadie habla fuera del grupo sobre la información confidencial de la
KGB.
Recuerdo una vez,
chibolos, fuimos un verano en “mancha” a Ilo. La KGB en Ilo, seriamos doce que
nos alojamos todos en una sola habitación de hotel, en el closet se metió “chupel”
a dormir, y los demás ni se como nos acomodamos porque al final nadie durmió.
Con catorce y quince años
en el lomo, uno cree que es inmortal, uno no sabe nada de nada mas que vivir y
gastar el tiempo que a esa edad sobra. Resulta que en ese viaje alguien llevó
un revolver de juguete, que estaba roto y mal pegado con cinta scotch, lo que
ocasionaba que si no lo sujetabas bien se desarmaba.
Bromas van, bromas
vienen, la bulla que no paraba, y una huésped del hotel llamó a la puerta de la
habitación con trago en la mano. Recuerdo su rostro, y desde el principio tuve
dudas sobre su género, pero llegó con trago y a una habitación de adolescentes.
El loco, que para su edad era alto, recontra pepa, y loco, se embaló con el
trago, tomó el revolver de juguete y salió a la calle mismo Charles Bronson. Caminaba
con el “cuete’ falso por la vereda, algunos transeúntes que notaban algo extraño
en la mano del chibolo se alejaban y le daban paso. A unos cinco metros un grupo
de soldados anfibios de civil se acercaban en dirección opuesta. “Problemas” pensé,
así que me aparté estratégicamente al toque. El loco, de la nada les metió el
hombro, los soldados reaccionaron y el loco, que había colocado el revolver en
la cintura lo sacó imitando una escena de la película Harry El Sucio. Los anfibios
inmediatamente exclamaron; “tiene cuete,” se detuvieron y dispersaron. Vi la
escena, la imagino en cámara lenta, el loco, un joven alto sacando el revolver
de la cintura, y cuando se disponía a encañonar, el juguete se desarma. El tambor
y el cañón del revolver de juguete produjeron un suspiro al chocar contra el
piso. El loco había desaparecido, alcance a ver su espalda doblando la esquina
a toda velocidad con dirección al malecón.
Solo atiné a reírme
mientras recogía las partes del revolver para volverlo a pegar con cinta scotch.
La noche no terminó allí…
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