domingo, 1 de abril de 2018

La KGB, Mancha Moqueguana y El Revolver Roto




La KGB, Mancha Moqueguana y El Revolver Roto

Por, Jeffrey M. Kihien-Palza
No conozco otra ciudad en el Perú en donde los amigos espontáneamente se organicen y funden, sin querer un club. Eso es lo que son las “manchas” moqueguanas, esta tradición española, se inició posiblemente en los primeros años de fundación de la Villa de Santa Catalina de Gualdalcazar. Ya por el año 1624 tuvo que intervenir el mismo Virrey para solucionar el pleito entre dos bandos de conquistadores, unos querían que la ciudad estuviese en Escapagua, en donde los conquistadores erigieron la iglesia de San Sebastián, y los otros, en donde Moquegua se asienta ahora. Es allí, creo yo en donde empezó la tradición. En Andalucía, España, a las “manchas” les llaman “peñas,” y los amigos, igual que en Moquegua, cultivan amistades que se fortalecen con el tiempo.
Mi padre, Jorge Kihien Collado, maestro y exquisito cocinero, se reunía los sábados con los “Buenos Muchachos,” allí cocinaban y libaban de lo mejor, sin mujeres, porque estaba prohibido. De esa época existe otro grupo que les llaman “Los Come Nunca,” que también se reúnen para comer y cocinar, no sé de dónde nace el nombre.
En la tercera cuadra de la calle Lima, nació la NASA, a quienes conozco de cerca. La tercera cuadra de la calle Lima siempre tuvo muchos niños jugando en la calle, al fulbito, tapaditas, chapas, tejo, trompo, bolitas, escondidas, cachacos y ladrones, y en mayo y junio, subían a volar cometas al cerro el Portillo. Cometas fabricadas con varitas de caña seca, papel cometa, engrudo y la cola que era una tira de trapo viejo. En esos meses, el cielo de Moquegua, que era una ciudad muy pequeña, se llenaba de cometas de varios colores.
Mi mancha, la KGB, ya esta alcanzando la base cinco, cincuentones seremos, la amistad perdura, y a pesar del tiempo y la distancia, las bromas entre nosotros siguen siendo las mismas, los apodos continúan y se crean nuevos como si nada hubiese cambiado. Los secretos de amigos, también siguen guardaditos, es un código de honor no escrito, nadie habla fuera del grupo sobre la información confidencial de la KGB.
Recuerdo una vez, chibolos, fuimos un verano en “mancha” a Ilo. La KGB en Ilo, seriamos doce que nos alojamos todos en una sola habitación de hotel, en el closet se metió “chupel” a dormir, y los demás ni se como nos acomodamos porque al final nadie durmió.
Con catorce y quince años en el lomo, uno cree que es inmortal, uno no sabe nada de nada mas que vivir y gastar el tiempo que a esa edad sobra. Resulta que en ese viaje alguien llevó un revolver de juguete, que estaba roto y mal pegado con cinta scotch, lo que ocasionaba que si no lo sujetabas bien se desarmaba.
Bromas van, bromas vienen, la bulla que no paraba, y una huésped del hotel llamó a la puerta de la habitación con trago en la mano. Recuerdo su rostro, y desde el principio tuve dudas sobre su género, pero llegó con trago y a una habitación de adolescentes. El loco, que para su edad era alto, recontra pepa, y loco, se embaló con el trago, tomó el revolver de juguete y salió a la calle mismo Charles Bronson. Caminaba con el “cuete’ falso por la vereda, algunos transeúntes que notaban algo extraño en la mano del chibolo se alejaban y le daban paso. A unos cinco metros un grupo de soldados anfibios de civil se acercaban en dirección opuesta. “Problemas” pensé, así que me aparté estratégicamente al toque. El loco, de la nada les metió el hombro, los soldados reaccionaron y el loco, que había colocado el revolver en la cintura lo sacó imitando una escena de la película Harry El Sucio. Los anfibios inmediatamente exclamaron; “tiene cuete,” se detuvieron y dispersaron. Vi la escena, la imagino en cámara lenta, el loco, un joven alto sacando el revolver de la cintura, y cuando se disponía a encañonar, el juguete se desarma. El tambor y el cañón del revolver de juguete produjeron un suspiro al chocar contra el piso. El loco había desaparecido, alcance a ver su espalda doblando la esquina a toda velocidad con dirección al malecón.
Solo atiné a reírme mientras recogía las partes del revolver para volverlo a pegar con cinta scotch. La noche no terminó allí…



No hay comentarios.:

Publicar un comentario